Un latido estremece todo el cuerpo, pero no se trata de amor, ni de drogas, que alguno podría seguir considerando romántico, sino de las ondas sonoras agitando tu cabeza desde ese bafle de 10000000000000000W de potencia que ni siquiera te deja oirte. Humo y luces de neón y apenas puedes ver, pero no te perderás porque siempre hay alguna espalda pegada a la tuya.

Decenas, cientos, miles de caras anodinas mirando a ninguna parte, o como mucho a algún culo, si es que todavía consiguen enfocar; nada importa excepto bailar o conseguir una presa.

¿Qué eres, cazador o presa? A las cinco y media de la mañana abundan más los carroñeros, cada uno pilla lo que puede y no lo que quiere, aunque siempre quedan los que se tienen en tanta estima que ni comen ni dejan comer, y los simples espectadores que, ya por novatos o por demasiado veteranos, contemplan sorprendidos o decepcionados esta tragicomedia, las limosnas del amor, miserables sucedáneos que, a cambio de un poco de placer, dejan ese vacío que parece que sale de dentro y no deja respirar cuando despiertas junto a una cara que no te dice absolutamente nada; lo que se siente cuando perdemos el tiempo jugando con la carne los que alguna vez hemos amado.